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Por qué las medicinas alternativas no se llevan bien con los estudios científicos y no deberías confiar en ellas

Es increíble la variedad y cantidad de medicinas alternativas que existen, desde las más sutilmente disfrazadas de ciencia hasta las más bizarras y ridículas, como la hidroterapia de colon. Lo único necesario para crear una nueva terapia alternativa es tomar una palabra al azar del diccionario, anexarle el sufijo «-terapia» y afirmar que a los que la probaron les funcionó.

Vamos directamente al nudo de la cuestión, sin preámbulos ni vueltas filosóficas. Supongamos que alguien nos asegura, con evidencia irrefutable, que el noventa por ciento de las personas que comen manzana se curan de cierta enfermedad. Partiendo de esto, ¿podemos decir que las manzanas funcionan como tratamiento?

La mayoría afirmará que sí. Sin embargo, supongamos que se agrega nueva información al enunciado. Resulta que si paralelamente tomamos un grupo de personas con la misma enfermedad pero ahora no se les da de comer manzana, en lugar de curarse el noventa por ciento lo hace el noventa y nueve por ciento. Repetimos ahora la misma pregunta, ¿podemos decir que las manzanas funcionan como tratamiento? Claramente la respuesta es que no. De hecho todo lo contrario, es obvio que reducen un nueve por ciento la probabilidad de curarse.

Otro ejemplo. Vemos un titular en un diario: «Nuevo estudio revela que solamente el dos por ciento de las personas mejoran su salud si ingieren cierto medicamento». ¿Podemos decir que ese medicamento no funciona? No, no podemos porque no existe la información suficiente. Para responder eso habría que conocer además el porcentaje de las personas que se mejora sin vacunarse. Si este segundo número resulta ser menor que el dos por ciento entonces el medicamento evidentemente funciona, porque aumenta la probabilidad de curarse. Si resulta ser mayor, entonces el medicamento es perjudicial. Y si es igual, entonces el medicamento no hace ni bien ni mal.

¿Cuál es la conclusión? Que el porcentaje de personas que mejoran al hacer algo, en sí mismo, es un número que no dice nada. Tampoco en sí mismo dice nada el porcentaje de personas que mejoran si el tratamiento no se aplica. La información útil únicamente está en la comparación de los dos porcentajes.

Típica imagen que suele acompañar las publicidades de terapias alternativas, intentando asociar la imagen del producto con la naturaleza. Esto es caer en la falacia naturalista, es decir, la suposición de que una cosa debe ser mejor que otra simplemente porque es natural. Sin embargo el veneno de cobra, el excremento de vaca y la lava de volcán a rojo vivo también son productos naturales y no por eso son buenos. Por supuesto que también hay cosas naturales que son buenas, del mismo modo que algunas cosas artificiales son buenas y otras son malas, pero la cuestión es que las medicinas alternativas intentan engañar a la gente con la falsa idea de que, como sus productos están supuestamente más relacionados con la naturaleza, eso en sí mismo las hace automáticamente más eficientes, saludables o mejores en algún aspecto.

Lo más interesante de esto es que se trata de conocimientos de estadística general y no se aplica únicamente al caso de la medicina. Lo mismo vale si estamos tratando de averiguar la eficiencia de una pintura que evita la degradación de un chip electrónico, o algún tema relacionado con cuestiones sociales y políticas, por ejemplo si un periodista afirma: «en cierta región del país, una de cada cinco alumnas que abandona la escuela es madre soltera». Esa cifra por sí misma no implica nada. Para saber si el embarazo afecta la deserción escolar habría que tomar dos grupos de alumnas, las embarazadas y las no embarazadas, y comparar cuál de los dos grupos tiene mayor deserción.

Pero retomemos el tema de las medicinas alternativas. Típico caso, un amigo viene y nos dice: «Tenía cierto problema de salud. Probé tal medicina alternativa y me funcionó». Primero y principal: en muchos casos no hay constancia de que nuestro amigo haya estado realmente enfermo en lugar de simplemente sentirse mal. Y en caso de estar enfermo, es posible que tampoco haya constancia de que realmente se haya curado en lugar de simplemente sentirse bien de forma temporal. Hay que tener en cuenta que con frecuencia los simpatizantes de las medicinas alternativas, precisamente por ser simpatizantes de las medicinas alternativas, no consultan a médicos profesionales y se auto-diagnostican.

Superado este paso, supongamos que efectivamente nuestro amigo estaba enfermo y que realmente se curó. Aún así, ¿qué error hay en su razonamiento? Que una cosa es que se haya curado y otra cosa es que se haya curado específicamente como consecuencia de la medicina que tomó. Que un evento A (someterese al tratamiento) haya sucedido antes de un evento B (curarse), no significa necesariamente que A sea la causa de B. Bien podría ser que además de tomar la medicina alternativa hubiera bebido jugo de naranja, por poner un ejemplo cualquiera, y esa haya sido la verdadera causa. O tal vez de todas formas se habría curado sin comer ni beber nada especial, ni recurrir a ningún tratamiento, sino simplemente esperando que actuaran los mecanismos biológicos de su propio cuerpo (sin embargo, como tomó la medicina alternativa, piensa que esa fue la causa). O también podría ser que el tratamiento funciona y que nuestro amigo tiene toda la razón.

La cuestión, en definitiva, es que no alcanza con un caso particular para determinar si el tratamiento funciona o no. Tampoco con diez, ni cien, ni mil, ni un millón, ni ningún número. Lo que debe hacerse es tomar dos grupos numerosos de personas (dos grupos, no uno sino dos) en las mismas condiciones y con el mismo problema de salud, a uno administrarle la medicina que se quiere poner a prueba y al otro simplemente un placebo (es decir, algo que parezca una medicina pero que en realidad no lo sea, como una pastilla de azúcar, por ejemplo). El grupo que recibe el placebo se llama «grupo de control» y como ya vemos es absolutamente necesario, porque si no hay grupo de control no se pueden comparar dos porcentajes distintos para extraer ninguna conclusión. Esa es la idea central.

Los defensores del reiki (o cualquier otra terapia alternativa) ponen la excusa de que la ciencia «tradicional» no se puede aplicar para confirmar que sus terapias funcionan porque éstas se basan en algún tipo de energía misteriosa y espiritual. Pero incluso si ésto fuera cierto sería muy fácil ponerlas a prueba de forma científica. Si tomamos dos grupos de personas, a uno le administramos ese tratamiento y al otro no, entonces el primer grupo debería tener una proporción mayor de resultados positivos y eso efectivamente sería una demostración científica de que funciona, incluso aunque no comprendiéramos el mecanismo de acción. Lo cual, por supuesto, no sucede.

Y en realidad el asunto de determinar una relación de causa-efecto es aún más complejo, porque una correlación no necesariamente implica causa. Por lo tanto, hay muchas más estrategias que deben aplicarse para evitar errores de este tipo, como bien explica un artículo muy didáctico y recomendable del blog «Per ardua ad astra».

Otro de los trucos se llama doble ciego y consiste en que la persona que realiza el experimento sea alguien distinto de quien recolecta los resultados y analiza si hubo mejoría en cada paciente. La idea es que esta última persona (o equipo de personas) no debe saber cuáles pacientes fueron los que recibieron el verdadero tratamiento y cuáles no, para que no sea capaz de forzar la interpretación de los resultados -consciente o inconscientemente- a favor de sus teorías preconcebidas.

El problema de los generalmente bienintencionados -pero poco racionales- defensores de las medicinas alternativas es que no tienen ni siquiera el concepto de «grupo de control» ni por qué es necesario. Ni hablemos de doble ciego, ni estadística, ni nada de eso. Se basan en el argumento de «Yo lo probé y a mí me funcionó. La experiencia personal alcanza y sobra. Si a mí me funciona, entonces funciona y listo». Claro, por supuesto que «si funciona, funciona», la cuestión es cómo determinar que efectivamente funciona y que no estamos cayendo inocentemente en la trampa psicológica de que funciona pero que en realidad no lo hace. Como ya vimos, el simple hecho de que uno se haya curado luego de un cierto tratamiento no significa automáticamente que funcione, y viceversa, el hecho de que uno no se haya curado no significa que no funcione, porque tanto dentro de los tratamientos eficaces como ineficaces siempre habrá algunos resultados positivos y otros negativos por una cuestión de azar, al haber tantos factores internos y externos. Intentar esquivar esos errores precisamente es el objetivo del método científico, que las medicinas alternativas no aplican.

Como dice Tim Minchin en uno de sus actos humorísticos, «por definición, las medicinas alternativas no han demostrado funcionar, o se ha demostrado que no funcionan. ¿Sabes cómo llaman a la medicina alternativa que se ha demostrado que funciona?… Medicina».

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