La pseudolingüística y la búsqueda de parientes perdidos
Etiquetas: Artículos, atlántida, egipcios, mayas, método comparativo, protoindoeuropeo, protolengua, pseudohistoria, pseudolingüística
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8 agosto, 2011 a las 14:47 #28383PabloDFMiembro
Mucha pseudociencia “funciona” a base de encontrar patrones y relaciones ocultas (cuando no ocultadas por alguna oscura conspiración) donde no las hay. Entre ellas está la pseudohistoria, que nos ha dado historias de la Atlántida o de contactos entre antiguos mayas y egipcios, con algún ocasional extraterrestre como añadido de color. Una de las herramientas comunes de la pseudohistoria es la pseudolingüística.
Una forma de pseudolingüística funciona así: se propone que existió un contacto entre dos pueblos que creíamos totalmente separados por la geografía. Esto sirve para “probar”, por ejemplo, la existencia de un continente —hoy desaparecido— que habría comunicado esas dos civilizaciones. Como “evidencia”, se sacan a relucir coincidencias entre los idiomas. Digamos que tenemos dos civilizaciones antiguas, los gatotecas en América y los perrombungas en África. En lengua gatoteca “casa” se dice guchu y en perrombunga se dice kochu. En gatoteca hay una palabra para “ciervo” o “venado” que se pronuncia itsela, y en perrombunga “antílope” se dice etzera. En gatoteca tuichuk significa “sirviente” y en perrombunga “esclavo” se dice wichuduk. En gatoteca “ladrillo de construcción” es sheptu y en perrombumga “guijarro, piedrita” es shapsu. Y así sucesivamente.
Como habrá notado el lector, lo que constituye una coincidencia fonética no está bien definido. Hay palabras que “suenan parecido” pero no hay una regla fija para determinarlo. Y quizá guchu no sea realmente “casa” en gatoteca, sino específicamente “choza de hojas de palma”, y quizá kochu en perrombunga no sea “casa” sino “rey” y sólo por extensión se utilice en el sentido de “gran residencia, palacio”. Quizá en gatoteca itsera signifique “cuerno” en lugar de “ciervo”. Quizá wichuduk en perrombunga no signifique “esclavo” sino que sea el plural de widuk, que significa “miembro de un pueblo conquistado”. Relajar los criterios aumenta la probabilidad de encontrarse con una coincidencia.
La pseudolingüística de Charles William Johnson
Un ejemplo de falta de rigor comparativo lo encontramos en la obra de Charles William Johnson, un académico que logró convencerse de que los mayas y los egipcios estuvieron en contacto, basándose en coincidencias lingüísticas entre las lenguas mesoamericanas y el egipcio antiguo. En uno de sus textos presenta una lista de correspondencias de sonido y significado entre el náhuatl y el egipcio. Para Johnson basta que coincida alguna consonante y quizá alguna vocal (si acaso) para considerar que dos palabras están relacionadas. No hay criterio uniforme: hual se corresponde con uar y huapalli se corresponde con aba; para malakotl encuentra mar, m’katau, m’rkata-t y otras palabras que sólo vagamente tienen un significado parecido. Como muchas veces no queda satisfecho, decide que la l en náhuatl es una conjunción o una “pausa en la búsqueda de palabras” y la elimina cuando le parece conveniente para que la palabra náhuatl se parezca más a la egipcia.
A pesar de haber estudiado idiomas y haber trabajado en México, Johnson parece ignorar que tl en náhuatl no representa un sonido t seguido de un sonido l, sino que es un digrafo con el cual se transcribe el sonido /tɬ/ (la africada lateral alveolar sorda), con lo cual no se puede quitar la l y dejar la t (sería como tomar la ch española y quitarle la h). Peor aún, inventa que la tl final que observa en muchas palabas puede significar “la cosa para…”, cuando es bien sabido que –tl no es más que un sufijo denominado absolutivo, que se coloca a los sustantivos cuando están en singular y sin marcas posesivas. El náhuatl es una lengua viva con un millón y medio de hablantes, por lo cual no hay excusa para esa clase de errores.
Johnson plantea que ignorar estas “coincidencias” es contradecir las leyes de la probabilidad. En un ensayo (en inglés) titulado “How likely are chance resemblances between languages?”, Mark Rosenfelder demuestra con todo detalle probabilístico cómo es posible, utilizando criterios laxos como el de Johnson, inferir relaciones entre cualquier par de lenguas que uno desee. Incluso con criterios relativamente conservadores a nivel fonético se puede “probar” una relación genética entre el quechua y el hebreo o el chino y el inglés, si por “probar” se entiende “encontrar doscientos o trescientos pares de palabras de uno y otro idioma que tienen un significado relacionado y que suenan parecido”.
El método comparativo
La búsqueda indiscriminada de parecidos entre palabras de idiomas distintos se denomina comparación léxica masiva. Cuando se hace con un mínimo de criterio puede servir como puntapié inicial para una investigación más rigurosa, pero de todas formas la mayoría de los lingüistas no la considera muy fiable.
El método reconocido para discernir parentescos entre lenguas se llama método comparativo y funciona a base de buscar reglas sistemáticas de cambio fonético entre las lenguas en estudio y su antecesora o lengua madre según la hipótesis. Si la lengua madre es conocida por registros históricos el trabajo se simplifica considerablemente, como es lógico (tal es el caso del latín y las lenguas romances que descienden de él). Si no se conoce, se la denomina protolengua y puede ser, en principio, reconstruida en forma aproximada (eso es lo que se hizo con el protogermánico, del cual descienden el inglés y el alemán).
Que los cambios sean sistemáticos significa que las palabras que se supone son coincidentes (cognados) deben diferir entre sí en forma regular. Por ejemplo, podemos suponer que el gatoteca y el perrombunga están relacionadas si encontramos una serie de pares de palabras como ésta:
gatoteca significado perrombunga significado guchu “casa” kochu “residencia” gulalam “esposa” koraraa “esposa” guyep “temor” koyef “susto, mal momento” ginim “oro” kwenii “oro” gilaap “abultado” keraaf “abundante” gaptu “rueda” kwattu “redondo” Como se ve, las palabras (además de tener significados iguales o razonablemente parecidos) varían en forma sistemática en su consonante inicial: g en gatoteca, k en perrombunga. El lector atento habrá notado otros patrones: las vocales altas en la primera sílaba en gatoteca (u, i) se corresponden con vocales medias en perrombunga (o, e); la l en gatoteca se refleja como r en perrombunga; la p final del gatoteca se corresponde con una f final en perrombunga; la m final en gatoteca se pierde en perrombunga con alargamiento compensatorio de la vocal precedente. (Hay otra más, que les dejo como tarea.) Estas regularidades, obviamente, deben ser confirmadas de la misma manera, y no con unos pocos ejemplos sino con decenas o centenares de palabras. Si se mantienen, y si los dos idiomas se hablan en lugares distintos y no nos consta que los hablantes de uno hayan colonizado a los del otro, es dable suponer que son lenguas emparentadas, que descienden de una misma lengua madre.
Mediante comparaciones sistemáticas e inferencias como éstas se han logrado hazañas como la reconstrucción, con bastante confianza, del protoindoeuropeo, lengua madre de la mayor familia lingüística del mundo, del que no tenemos ningún registro histórico ya que debió haberse hablado, según se calcula, hace unos ocho mil años.
En la vida real, por supuesto, el asunto se complica por una multitud de factores. Pero como primera aproximación, siempre se debe desconfiar de supuestas relaciones entre idiomas que se basen en comparaciones no sistemáticas. Aquí, como en todas las ciencias, es muy fácil engañarse y terminar encontrando, no la cruda verdad, sino lo que uno deseaba.
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