Responder a: Tu historia escéptica.

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Empiezo yo y cuento un poco.

La realidad es que yo creo que siempre fui escéptico en algún sentido amplio. Mis dos padres son científicos (uno físico y la otra psicóloga) y desde siempre me enseñaron a pensar científicamente. Creo recordar… no -los recuerdos de la niñez no son confiables- mi narrativa es que mis padres siempre cultivaron mi capacidad de sorpresa, curiosidad, el respeto por la ciencia y, fundamentalmente, mi libertad de pensamiento.

En cuanto a contenidos específicos, recuerdo (otra vez esa palabrita) que mi papá siempre aprovechaba cualquier situación para ilustrar algún principio de la física. Él muchas veces me llevaba a la primaria en bicicleta y uno de los trayectos implicaba pasar por un importante desnivel. Mi primer contacto con el concepto de «Energía» fue ahí, cuando mi papá me explicaba que antes de llegar a la loma había que pedalear más rápido para ganar energía cinética que luego, al subir por la pendiente, se convertía en energía potencial y que esto es lo mismo que le pasa a los cometas cuando se acercan y se alejan del Sol.

En viajes en colectivo, más o menos a los 11 años, trató de explicarme sobre integrales y derivadas sin demasiado éxito. Pero sí pudo explicarme las propiedades básicas de la fuerza de gravedad de Newton. De vacaciones en Uruguay, caminando hacia la casa donde íbamos a hospedarnos, me explicó algunas consecuencias de la relatividad. Para un nene de primaria la idea de que un cartucho de dinamita pesa menos luego de explotar por más que se juntara cada pedacito y partícula de humo era increíble. Me mostró cómo se forman los arcoíris, cómo funcionan las lentes, la enorme cantidad de vida que hay en una gotita de agua, cómo se forman los espejismos y un montón de «secretos» de la naturaleza.

Mi mamá, por su parte, me enseñó cómo se puede aplicar la ciencia al comportamiento animal y humano. Me habló de condicionamiento clásico, condicionamiento operante y cómo siempre hay que preferir explicaciones parsimoniosas a fenómenos complejos (aunque no creo que me lo enseñara con esas palabras). Me enseñó la filosofía de Bertrand Russell y sus ideas de lo que es un buena vida y una buena filosofía. A pesar de rechazar por completo al psicoanálisis, recuerdo que me explicó un poco sobre las teorías de Freud y no se molestó porque leyera «Freud para principantes». Supongo que confiaría en la capacidad de un nene de primaria para darse cuenta de cuán ridículas y anti-científicas eran. También ella me mostró ilusiones ópticas y cómo se puede engañar al cerebro, un principio fundamental del buen escepticismo.

Otro personaje importante en mi formación fue un amigo de la familia llamado Enrique Gandolfi. Hace poco falleció y tuvo una vida bastante dura con muchos problemas de salud, pero era un polímata que me enseñó muchísimo. Creo que él me hizo dar mis primeros pasos en la filosofía, desafiando mi intelecto con alguna de las tantas paradojas de Zenón y el atomismo de Demócrito. Con él aprendí también a pensar críticamente, a generar y probar hipótesis. También aprendí sobre música, ya que era un ávido oyente de música clásica. También me «atacó» con la filosofía de Russell y Hume. Me acuerdo que una vez me leyó Diálogo entre un Sacerdote y un Moribundo de el Marqués de Sade que influyó mucho en cómo veo las afirmaciones sobre la religión; esa fue la primera vez que me encontré con el argumento de Hume contra los milagros (argumento que comparto hasta el día de hoy), con el problema del mal y con la contradicción entre un ser omnisciente y la posibilidad del libre albedrío.
Con el tiempo fui «rumiando» estas ideas para llegar a mi posición teológica actual: no-cognitivismo teológico. El concepto de Dios no es cognoscible sino que se trata de una maraña de propiedades autocontradictorias, inconsistentes y lógicamente imposibles. Citando al Moribundo del ensayo:

Te desafío que digas que crees en el Dios cuyas alabanzas cantas, porque no puedes demostrar su existencia ni está dentro de tus capacidades definir su naturaleza, lo que significa que no lo entiendes y, puesto que no entiendes, eres incapaz de ofrecerme argumentos razonados. En otras palabras, cualquiera cosa que esté más allá del entendimiento humano o es ilusión o es capricho ocioso y, puesto que tu Dios debe ser una u otro, tendría que estar loco para creer en la primera y ser estúpido para creer en el segundo.

Finalmente, imposible no reconocer la influencia de un grande como Carl Sagan. De la mano de mi papá con quién veía los videos en VHS de Cosmos antes de ir a la cama. Mi favorito era el capítulo 9: Las vidas de las estrellas, que empieza de la mejor forma «Si querés hacer una tarta de manzana desde cero, primero tenés que inventar el universo». La idea de que estamos hechos de átomos formados en los núcleos de las estrellas es algo realmente poderoso; o la humildad de saber que en el calendario cósmico ocupamos apenas los últimos minutos del último día del último mes.

En otras palabras, mi niñez fue diseñada para que me convirtiera en el nerd amante de la ciencia que soy hoy. Desde siempre se me inculcaron los valores de la ciencia, el pensamiento crítico, la curiosidad y la importancia de tratar de investigar el mundo como un niño jugando en la costa de un océano. Yo no tuve un verdadero «viaje» hacia la ciencia y el escepticismo; siempre estuve acá, siempre fue mi hogar, y no me pienso ir.