Prometeo y su problema de ADN
Prometeo (título original: Prometheus) se estrenó en los cines argentinos el jueves 14 de junio. Fui a verla el domingo y volví con sentimientos mezclados sobre esta realización técnicamente imponente, que transcurre en el mismo universo que la saga de Alien comenzada en 1979.
Soy un incorregible fanático de la ciencia ficción, pero ya estoy acostumbrado al maltrato. No pretendo que Hollywood me dé historias profundas ni exactitud científica; sí pido que la suspensión del descreimiento no me requiera un esfuerzo considerable. Otros ya han escrito esa crítica; acá sólo me gustaría aprovechar las fallas de Prometeo para hacer un poco de divulgación. ¡A partir de esta línea es que quienes no hayan visto la película deberían dejar de leer!
La escena inicial nos muestra a un ser humanoide ingiriendo una sustancia de aspecto orgánico que en cuestión de segundos produce una completa desintegración de su cuerpo. El ADN del humanoide se desenrosca y deshace mientras éste cae al agua, en un planeta que aparenta ser la Tierra antes de la aparición de la vida. Bajo la influencia de esta sustancia extraña, el ADN vuelve a ensamblarse y al poco tiempo vemos cómo se transforma en una célula que se divide. Todo indica que éste es el origen de la vida en nuestro planeta. Cuando (mucho después) un par de científicos humanos encuentran el cadáver de un humanoide de la misma especie, en otro planeta, les basta un chequeo sencillo para comprobar que su ADN es idéntico al humano.
Arriba dije que no requería exactitud científica. Pero calificar esto simplemente como “inexacto” sería como carbonizar un pollo y decir que está “bien cocido”. ¿Cómo empezar? El ADN no es una sustancia que mágicamente produce vida. Es una molécula frágil e inerte que necesita toda una maquinaria celular sofisticada para poder hacer copias de sí mismo. “Sembrar” ADN en el agua de un planeta sin vida no hará que aparezcan formas de vida allí. Sin más, uno de los problemas de la ciencia que busca el origen de la vida es determinar cómo el ADN llegó a evolucionar, dado que para que sirva para algo debe existir previamente toda una serie de procesos celulares, los cuales a su vez no sirven para mucho si no hay ADN que copiar.
Podemos suponer que el ADN del humanoide no se deshizo sino que mutó dentro de sus células. La sustancia negra parece ser un mutágeno de gran poder, que podría transformar el ADN y dar origen a células de otro diseño. Pero entonces no sería más el ADN de la raza humanoide, y no podríamos reconocerlo como igual al nuestro después.
Para que las células del humanoide puedan transformarse en células como las de los primeros organismos terrestres deberían mutar considerablemente. Pero la mutación no es dirigida; de hecho se define como un cambio al azar de los genes. La mutación es lo que le da a la evolución su parte de azar. Lo que se muestra en la película es equivalente a arrojar al aire letras sueltas de un libro, esperar unos millones de años a que se junten entre sí y luego tomar el nuevo conjunto de letras resultante y descubrir que formaron el mismo libro.
Si el ADN del humanoide es igual al del Homo sapiens, todo esto no puede haber ocurrido. Por otra parte, es difícil entender cómo pueden ser iguales los genotipos cuando los fenotipos son tan diferentes. Los “ingenieros” de Prometeo miden un par de cabezas más que los humanos, son de piel totalmente blanca, casi transparente, y parecen tener una musculatura que sólo vemos entre los humanos más excepcionales. Además no han cambiado en miles de millones de años.
Ridley Scott dijo en una entrevista que se basaba en las teorías de Erich von Däniken sobre “astronautas antiguos”. Tales teorías son patrañas pseudocientíficas sin la menor base, aunque con muy buena prensa en su momento. No es éste lugar para refutarlas, pero vale aclarar que no hay nada a priori que impida uno de los siguientes escenarios:
★ “Extrarrestres creadores”, en el que una raza extraterrestre llega a un planeta sin vida y deposita allí los precursores bioquímicos necesarios para su desarrollo, quizá dando cada tanto un leve empujoncito al proceso, pero nunca de manera que pueda distinguirse de la casualidad.
★ “Extraterrestres maestros”, en el que seres más avanzados vienen a la Tierra, ya poblada por humanos, y los ayudan a progresar dándoles conocimiento, tecnología, etc. Von Däniken y sus hijos bastardos intelectuales proponen que así es como los egipcios pudieron construir las pirámides, por ejemplo. El argumento de 2001: Odisea espacial es una variante que coloca la venida de los extraterrestres más atrás en el pasado, en el momento de la transición entre los homínidos prehumanos y el Homo sapiens: el rol de “maestro” lo cumple un dispositivo que de alguna forma estimula las mentes de los simios hasta lograr que fabriquen herramientas.
No hay nada, como dije, que haga esto imposible, pero con un mínimo conocimiento de historia, paleontología y antropología se puede descartar el escenario estilo von Däniken. Los egipcios eran perfectamente capaces de levantar pirámides, al igual que los habitantes de la Isla de Pascua pudieron levantar sus moai y los antiguos bretones erigir Stonehenge. No hay signo alguno de que hayan sido “ayudados” por inteligencias extraterrestres.
Si Prometeo mostrara un escenario de “extraterrestres creadores” en el que los extrarrestres fueran totalmente distintos a nosotros, la escena inicial sería un poco más plausible (con las licencias del caso por el asunto del ADN). Si omitiera eso y se concentrara en mostrar un escenario de “extraterrestres maestros”, que es lo que parecen mostrar las pinturas y dibujos encontrados por la pareja de arqueólogos del Prometeo, también sería plausible, aunque de todas maneras deberían ser seres muy distintos a nosotros.
Hay dos formas en que los “ingenieros” puedan ser similares a los humanos:
◐ Que ellos, por su cuenta y utilizando una avanzadísima ingeniería genética, se hubieran hecho así para parecerse a nosotros.
◑ Que nos hubieran creado hace relativamente poco, a su imagen, e injertado en el ecosistema terrestre.
La primera opción queda descartada porque claramente los “ingenieros” son humanoides desde el principio. La segunda crearía una discontinuidad en el árbol de la evolución que sería visible a cualquiera que lo estudiara (¡los chimpancés no serían parientes cercanos nuestros; serían parecidos a nosotros sólo por casualidad!).
El biólogo de la nave se burla de la idea de los dos arqueólogos porque barre de un plumazo con “tres siglos de darwinismo”, y tiene toda la razón. Lástima que sea la primera víctima. Darwin sigue siendo válido en 2093: los mejor adaptados sobreviven; los que acercan la cara a un organismo desconocido con aspecto amenazante, generalmente, mueren. Ése, creo, es el único mensaje científicamente acertado de Prometeo… pero no hacía falta gastar 130 millones de dólares para transmitirlo.