Re: Anecdotario Ateo
Yo me eduqué en un colegio de monjas, sólo de mujeres, como corresponde, para alejar el pecado. Esto me permitió experimentar en carne propia, el progresivo lavado de cerebro que le van haciendo a los chicos. He creído en Dios (y hoy lo sigo escribiendo con mayúscula), he representado el papel de Virgen a los 5 o 6 años en una obra escolar, tomé la comunión y me confirmé.
Mi “problema” empezó a aparecer con el tema de la confesión. Para mí era terrible tener que ir a contarle mis “pecados” a un desconocido, por más sacerdote que fuera. Claro que esto no se dio de un día para otro, fue un proceso paulatino que comenzó a acentuarse en la adolescencia, cuando, además, mis pecados dejaron de de ser “le mentí a mi mamá” y cosas por el estilo. Y ahí empecé a pensar en que no tenía sentido la confesión sin mi genuino arrepentimiento. No fue igual algo que surgiera de manera sencilla porque me habían inculcado fuertemente la idea del pecado y he vivido situaciones normales de la vida con enorme culpa pero mi “alejamiento de Dios” empezó por esa vía, desde dentro de la lógica de la religión misma. Fue un acto de pura coherencia: como no me confesé más, tampoco comulgué nunca más…porque era un pecado. Y así me fui rebelando, si se quiere contra los aspectos más superficiales de la religión (la mayoría ligados a lo que los fieles servidores de Dios hacen desde la iglesia católica), para pasar de a poco a cuestionar la existencia misma de Dios pero esto se dio más bien tardíamente. Cuando uno empieza a vivir como si Dios no existiera, tal parece que es porque ya tiene el germen para creer que Dios no existe. Y mi ateísmo práctico sentó las bases de mi agnosticismo actual. Por supuesto, todo esto ha sido muy favorecido por el hecho de haber estudiado psicología.
De todas formas yo no censuro a quienes siguen creyendo, en tanto no me involucren a mí en sus creencias ni me cuestionen desde su moral religiosa. Algunos hasta me dan una mezcla de ternura y gracia, como un jefe que tuve hace unos años, un tipo absolutamente ansioso, incapaz de la más mínima capacidad de espera (que me daba algo para hacer y a los 30 segundos me estaba preguntando cómo iba con la tarea) y que era devoto de San Expedito, el santo de las causas urgentes