Día de Darwin 2013, y una teoría sobre pelvis y cerebros
Hoy es el 204° aniversario del nacimiento de Charles Darwin. Su mayor logro científico, su legado a la humanidad, fue nada menos que la explicación de la inmensa diversidad de las especies de seres vivos y sus relaciones: la teoría de la evolución. Aunque Darwin cometió errores, la mayoría se debieron a factores que no podía conocer en su época; como buen científico, sin embargo, Darwin dejó escrito no sólo lo que creía que era cierto, sino también el procedimiento por el cual alguien más, llegado el caso, podría refutarlo.
Para el lector interesado en pruebas concretas de la evolución y en refutar la desinformación propalada por creacionistas y otros ignorantes de la misma calaña, hay muchísimo material bibliográfico disponible. Por eso no voy a hablar más del tema en general, sino que aprovecharé este Día de Darwin para comentar un mito creacionista en particular, que no conocía y con el que me acabo de topar, por completa casualidad, en dos lugares distintos con apenas un par de días de diferencia.
El mito parte de un interrogante válido: ¿por qué los humanos nacemos tan poco desarrollados, tan vulnerables, en comparación con todos los otros animales? ¿No somos acaso el pináculo de la evolución? ¿No se supone que la evolución debe producir organismos cada vez más aptos para sobrevivir? ¿Cómo se explica que la especie más inteligente, la que domina el planeta, haya sido condenada por la evolución a nacer inerme e incapaz?
Ante todo éste es un argumento contra la evolución humana. Los creacionistas son variados, pero todos ellos consideran que el hombre es cualitativamente distinto de los animales, y unos cuantos podrían considerar aceptar cierta forma distorsionada de la teoría de la evolución, siempre que no involucre a monos peludos y gritones bajando de los árboles y dando a luz a bebés humanos (si esta visión resulta burda e infantil es porque el pensamiento creacionista lo es). Darwin mismo percibía esto, y por eso guardó un prudente silencio sobre la especie humana en El origen de las especies, dejando para su segundo libro sobre evolución, La ascendencia del hombre, el espinoso asunto.
En segundo lugar, el interrogante parte de la falacia de que el ser humano es el pináculo de la evolución, o más bien, que existe algo así como el pináculo o cima o meta o premio gordo de la evolución. Esta idea era común en la antigüedad, en forma metafísico-religiosa (la Cadena de los Seres) y siguió siéndolo en su forma aplicada a las especies vivas (la scala naturae o escalera de la naturaleza). Pero los creacionistas son gente obtusa y debatir ese punto no llevaría a nada.
¿Cómo refutamos este mito? Bien, como dije, la pregunta original es válida. Pocos mamíferos nacen y permanecen tan desvalidos durante tanto tiempo como un bebé humano. Muchos mamíferos nacen sin pelo y con los ojos cerrados, pero al poco tiempo comienzan a valerse por sí solos. Otros pasan mucho tiempo con sus madres, pero pueden caminar y correr casi desde el momento en que nacen.
Sin embargo, gran parte de esto sigue siendo sólo apariencia. Hay una gran variedad en los ritmos de desarrollo de distintas especies animales, y los humanos no somos atípicos, especialmente tomados en conjunto con nuestros parientes más cercanos. Ni siquiera somos extremadamente raros en la familia primate: por ejemplo, los monos capuchinos, que no son más grandes que un gato grande y cuyos ancestros divergieron de los nuestros hace cuarenta millones de años, son similarmente “lentos”, no llegan a la madurez sexual hasta los siete años y viven hasta los cuarenta.
Tenemos, sí, algunas particularidades que influyen de manera compleja en el ritmo de desarrollo, como el hecho de que somos los más grandes en tamaño al nacer y además bastante carnívoros. Los bebés humanos no son en absoluto débiles, pero tienen considerablemente más grasa que los de otros primates, lo que los hace más pesados (y menos aptos para trepar, pese a que conservamos los reflejos para hacerlo). Incluso así, los bebés humanos gatean antes que los chimpancés y comienzan a caminar al año, mientras que los chimpancés jóvenes no adoptan la manera adulta de desplazarse sobre sus nudillos hasta los 29 meses.
Dicho esto, no deja de ser cierto que los primates tendemos a ser, según la terminología científica, altriciales: nacemos poco desarrollados y desvalidos, y por lo tanto requerimos de un largo tiempo de cuidados, mientras que otros animales son precociales: nacen bastante listos para la vida, o al menos, llegan a estarlo con relativa rapidez.
La explicación evolutiva tradicional achaca nuestro poco desarrollo al nacer al tamaño del cerebro. Los humanos tenemos un cerebro de gran tamaño. El cerebro está protegido por un cráneo inicialmente flexible, pero no infinitamente compresible. La cabeza del feto humano a término debe pasar por la pelvis de su madre. Las mujeres humanas tienen pelvis más anchas que los hombres, pero la evolución no las ha agrandado más aún porque si lo hiciese, las mujeres comenzarían a tener problemas para caminar. Por lo tanto, la selección natural ha llegado a un compromiso: la pelvis femenina ha crecido lo suficiente para que pueda pasar por ella un feto con un cerebro bastante grande, pero no muy grande; el feto debe salir del útero antes de que su cerebro crezca demasiado. Como resultado, el bebé necesitará años para que su cerebro llegue al tamaño que “debería” tener.
Sin embargo, esta hipótesis está actualmente en duda. Recientemente un grupo de investigadores encontraron que 1) las mujeres no tienen mayor dificultad o gasto de energía que los hombres para caminar, pese a sus pelvis más anchas; 2) la expansión de la pelvis de las mujeres que sería necesaria para que dieran a luz a bebés con el cerebro tan desarrollado como el de un chimpancé es de sólo unos 3 cm en promedio, y ya hay mujeres que tienen pelvis así de anchas, sin que experimenten dificultad alguna. ¿Entonces? Los investigadores sugieren que el factor limitante del crecimiento del cerebro fetal es la tasa metabólica de la madre. El feto requiere de una gran cantidad de energía. Llegado cierto punto, el cuerpo de la madre no puede obtener suficiente energía por unidad de tiempo para sí mismo y para el feto a la vez. Esta limitación se ha estudiado en unas cuantas especies de mamíferos. Para los humanos el punto de quiebre llega alrededor de los nueve meses de gestación. La madre debe parir y el bebé debe continuar desarrollándose, más lentamente, fuera del útero.
Por otro lado, dado que los nacimientos humanos suelen ser traumáticos debido al tamaño de la pelvis, si la pelvis pudiera hacerse más grande sin perjudicar otras funciones, probablemente la selección natural iría en ese sentido. Dado que no lo hace, es todavía razonable pensar que la facilidad de locomoción bípeda —o algún otro factor— está limitando esa ampliación. Como suele ocurrir, la realidad debe ser más compleja que lo que pueden explicar uno o dos factores puntuales. La teoría de la evolución nos da mecanismos certeros para explorar las opciones, pero —a diferencia de lo que ocurre con las doctrinas dogmáticas como el creacionismo o pseudocientíficas como el “diseño inteligente”— en la ciencia siempre queda trabajo por hacer.
¡Feliz Día de Darwin!
Algo que he notado en los dos procesos de embarazo de los que he sido testigo. He observado cómo el nivel de plaquetas de la madre fué cayendo hasta niveles peligrosos. Inmediatamente luego del parto el nivel se estabilizó.
¿Una consecuencia de este límite de la tasa metabólica tal vez?
¿Tienen el estudio a mano sobre esa teoría del determinismo del parto?
Nunca la había escuchado y suena interesante.
Gracias.