Re: Secularismo

#32923
Suyay
Participante

Acá va el artículo traducido. Pido disculpas y agradecería si me corrigen, si me equivoqué en algo que lleve a una mala interpretación.

Laicismo es neutralidad para todas las religiones – incluyendo el ateismo

Los tratados de derechos humanos comprometen a las naciones a la libertad de religión o creencias (incluyendo la libertad a las no-creencias y creencias no religiosas). Cualquier limitación de la libertad de religión o creencia debería ser el mínimo compatible con la supervivencia de una sociedad liberal, tolerante, abierta y democrática.

En adición, la convención europea de derechos humanos incluye un compromiso con el principio de no discriminación.

De esto parece seguir necesariamente que el estado, la ley o las instituciones públicas que todos compartimos deben ser neutrales frente a las diferentes religiones y creencias. En cuanto a preguntas de profundo desacuerdo y sensibilidad, donde no hay acuerdo sobre la forma de establecer la verdad o falsedad de las diversas afirmaciones hechas por cristianos, musulmanes, humanistas y demás, esta bastante mal que el Estado ponga su peso detrás de alguna religión o creencia en particular. Esta neutralidad es lo que queremos decir con laicismo. Es un principio político aplicable para afirmar que “un estado secular podría ser respaldado por creyentes religiosos y ser el hogar de las creencias religiosas en general”. De hecho, el laicismo es a mejor garantía de libertad de religión o creencias, pero es el enemigo de los privilegios religiosos. Debe ser diferenciado de una sociedad laica, un término que sugiere una sociedad que se ha distanciado a si misma a de la religión.

Hay una respuesta común a esto: que la neutralidad es imposible, que de hecho un estado laico impone valores liberales y laicos a todos. En el “caso del crucifijo italiano”, profesores de leyes partidarios llegaron a afirmar que «Una pared vacía en un salón italiano no es más neutral – en efecto, es mucho menos – que una pared con un crucifijo sobre ella». Pero esto es un juego de palabras. Leyes, gobiernos e instituciones que no imponen o asumen una religión o creencia a cualquier ciudadano dejan al individuo libre para celebrar cualquier religión o creencia, o ninguna. ¿Es dictatorial remover las cadenas de los prisioneros satisfechos? No necesitan salir de sus celdas si prefieren quedarse. Por el contrario, aquellos que rechazan el laicismo tratan de ajustar a todos con sus propios grilletes. Esto no es una mejora de la libertad de los grupos religiosos dominantes, sino una reducción de la de todas las minorías. Por el contrario, el laicismo es el mejor garante de la libertad de religión o de creencias para todos.

Los objetores a menudo alegan que los humanistas y otros laicistas desean sacar a los religiosos de la plaza pública. No es así. ¿Cómo podríamos, cuando para la ley el ateísmo o humanismo no es mas que una «religión o creencia» como el Islam o el cristianismo? Si los cristianos fueran prohibidos de la plaza pública, también lo serían los humanistas y ateos. (Por otra parte, la frase «plaza pública» necesita de un análisis adicional: hay diferentes tipos de espacios públicos para que los cuales diferentes convenciones son apropiados)

Lo que los laicos dicen es que en los debates sobre políticas públicas los argumentos puramente religiosos no deberían tener ningún peso. En una defensa, al estilo de Voltaire, de la libertad de expresión, nosotros no deseamos suprimir o prohibir que dichos argumentos sean expresados en absoluto -pero sí decimos que por convención no deberían contar para nada en la mente de los políticos y tomadores de decisiones. Por todos los medios dejen a los religiosos argumentar, por ejemplo, contra la muerte asistida, con las advertencias de que podría desencadenar un efecto dominó – un argumento que todos podemos entender y evaluar – pero si ellos argumentan que la vida es el regalo de Dios y que no nos corresponde a nosotros quitarla, luego, en el proceso de toma de decisiones públicas, sus palabras deben ser ignoradas. Tales argumentos no pueden ser legítimamente admitidos en una sociedad donde hay tantas creencias compitiendo que rechazan sus propias premisas.

Dejen que los religiosos saquen su motivación de su religión, dejen que se alienten mutuamente citando sus doctrinas, pero déjenlos hablar en la plaza pública en un idioma que todos podamos entender. Del mismo modo, ningún ateo debe esperar ninguna atención a los argumentos basados en la inexistencia de Dios.

Derivado de los principios de libertad y derechos humanos, el laicismo no implica restricciones a la libertad de expresión más allá de las previstas en los tratados, ni requiere prohibiciones en la vestimenta religiosa. A menos que por buenas razones relacionadas, por ejemplo, con la seguridad o eficiencia, sea un requisito razonable usar un uniforme, o cuando existe un riesgo de un rol (sobre todo uno de autoridad como funcionario público o representante de un empleador) en que sea apropiado hacer una declaración privada, lo que podría ser sobre religión, creencias o quizás acerca de política. Incluso en Francia los librepensadores se opusieron a la prohibición infundada del uso de la burka.

Claramente el laicismo se opone a un privilegio para cualquiera o todas las religiones – asientos garantizados en el parlamento, exenciones innecesarias de leyes contra la discriminación, prejuiciosos acuerdos de educación religiosa (que usualmente excluyen al humanismo) o requisitos para el culto colectivo, incluso cuando los niños se oponen. En una vista de toda Europa, el privilegio más objetable es que cientos de millones de euros de los contribuyentes son entregados a las iglesias cada año – un proyecto académico patrocinado por la UE ha elaborado un informe (aún no disponible en su sitio web) referente a «la escalada masiva de la financiación pública o semi-pública dirigida a las religiones mayoritarias».

Pero el resultado práctico de cómo los principios del laicismo deberían ser aplicados en la práctica ha recibido muy poca atención, permitiendo a sus opositores crear un “cuco” (bogeyman) de «ateos militantes» y similares.