CienciaPsicología

En casa de psicólogo, cuchillo de palo

La historia de la medicina es la historia del placebo. Durante miles de años los galenos de las distintas culturas no usaban los resultados debidamente analizados de experimentos científicos bien diseñados para sus recomendaciones médicas sino que se basaban en los argumentos de autoridad y las analogías con la naturaleza pero, principalmente, sus observaciones clínicas informales.

Los médicos de antaño no dudaban ni por un minuto que los enemas de humo eran un excelente tratamiento para los casos de ahogamiento; o que lo mejor para <inserte cualquier enfermedad> era una profusa sangría (y no de la que te pone en pedo). Todos estas recomendaciones médicas estaban fundadas en el antiguo arte de la observación clínica. En el diario de Gui Patin, por ejemplo, se puede leer, sobre el caso de un noble de siete años “quien cayó enfermo de una grave pleuresía por haberse sobrecalentado en el juego de pelota” que “lo sangraron trece veces, y sanó en quince días”. Ese era el fundamento de la ciencia médica de estos tiempos.

Pero tanto los desastrosos resultados y el lento avance de la medicina antes de la aplicación del método científico como los resultados de la ciencia psicológica nos demuestran que la observación de casos clínicos sólo puede servir como semillas para nuevas hipótesis, nunca como prueba. Nuestras habilidades para llegar a conclusiones correctas a partir de lo que vemos deja mucho que desear.

Uno pensaría que los psicólogos, tan al tanto de la fiabilidad de nuestras inferencias, deberían entonces ser los primeros en pedir a gritos la revolución experimental en su práctica clínica. Por desgracia, este no es el caso. Si un reciente artículo publicado en Perspectives on Psychological Science es indicativo de lo que sucede, todavía hay muchos psicólogos que se quedaron en la era de Freud y creen que pueden determinar su su tratamiento funciona con sólo ver a los pacientes.

Pero los autores detallan una taxonomía de 26 distintos sesgos y problemas metodológicos divididos en tres categorías que plagan a la observación clínica.

Mejoría ilusoria

Para empezar, somos malísimos observadores. Tenemos un “realismo ingenuo” que nos hace creer que todo es como lo vemos y nos urge a ignorar que nuestra percepción y nuestra selección de lo que percibimos está fuertemente marcada por nuestras nociones previas. Nos sentimos perfectamente justificados en opinar que “las pibas se embarazan para cobrar la Asignación Universal por Hijo” por ver lo que pasa en las villas a pesar de que no hay evidencia que indique eso.

Este tipo de error entra en la primera categoría de sesgos: creer que el paciente mejoró cuando en realidad sigue igual o empeoró. Quizás el paciente salga del diván menos estresado por meterle los cuernos a la esposa, sí, pero luego de la terapia igual se va de trampas con los amigos. En cualquier caso, una supuesta mejora en el ánimo observada por el terapeuta no siempre está relacionada con una mejora en las condiciones objetivas del paciente como bien nos ilustra el siguiente testimonio:


(A partir del minuto 4:25)

Mejorías genuinas que nada tienen que ver con la terapia.

gato
Vía Alevoso Humor Zine

Aún estando en lo correcto sobre lo que creemos ver, en la vida diaria somos malísimos como científicos. Por ejemplo, en vez de considerar múltiples hipótesis que expliquen algo que vemos, rápidamente elegimos cuál es nuestra teoría y el resto del mundo puede irse al tacho. Entonces surgen expresiones como “El problema de Argentina son los corruptos” o “El problema de Argentina es la duplicación de registros” (escuchado por mis propios oídos) en vez de “Quizás el problema del país sean los corruptos, quizás la duplicación de registros o quizás alguna otra alternativa; habría que investigarlo a fondo para llegar a una conclusión”.

La razón por la cual esa persona (que, repito, es real) creía que estaríamos viviendo en un nuevo jardín del Edén si tan sólo dejáramos de duplicar los registros también tiene explicación psicológica. El hombre trabaja como consultor para empresas diseñando y pensando qué registros llevar y cómo hacerlo. Esto se llama “heurística de disponibilidad” y es lo que nos empuja a creer que lo que vemos todos los días es lo más relevante para explicar cualquier situación.

Por otro lado, si las cosas nos tocan de cerca, es aún peor. Queremos creer que controlamos la situación y, pese a toda la evidencia al contrario, preferimos pensar que tenemos un mínimo de injerencia en lo sucede a nuestro al rededor. No hace falta pensarlo mucho para reconocer que elegir el número en la lotería es ridículo ya que (siempre que no haya fraude en el medio) el número que sale es completamente aleatorio. Sin embargo, no sólo sujetos experimentales prefieren elegir ellos mismos el número para apostar, sino que incluso en un grupo repleto de escépticos, más de la la mitad prefirieron eso a dejarlo al azar.

Todo esto es muy relevante para el terapeuta que quiere determinar si su terapia da resultado. Aún cuando la depresión de su paciente se mejore porque al fin consiguió trabajo, el psicólogo va a tender a creer que su tratamiento fue la causa de la mejoría. Es la explicación que tiene más a mano y la que le da más sensación de control. Cualquier otra explicación que no le de la razón será sometida a la más ardua crítica y racionalización.

Mejorías genuinas relacionadas con cualquier terapia.

Finalmente, aún cuando un paciente tenga una mejora genuina y ésta esté relacionada con lo que pasa en la terapia, no significa que sea trivial determinar qué parte de la terapia fue la responsable de la mejoría. El sólo hecho de tener a alguien con quien hablar puede ser terapéutico para una persona, sin importar si el terapeuta aplica las técnicas más rigurosamente probadas o es el más chanta de los lacanianos.

Todo esto importa porque su suma hace que cualquier opinión sobre la efectividad de un tratamiento en base únicamente a la observación clínica sea más sospechoso que billete de tres pesos. La práctica clínica simplemente no cumple las buenas condiciones para hacer este tipo de juicios. Pero eso no es malo, el diván está para aplicar las terapias, no para evaluarlas.

Sin embargo, existen muchos psicólogos que se oponen a esta idea. A pesar de que estos problemas ya se conocían en tiempos de Freud y se usaban para desacreditar sus teorías basadas fundamentalmente en las observaciones de sus pacientes, todavía quedan muchos psicólogos que siguen creyendo estar por encima de todos los sesgos mencionados. Pero esto no es más que otro sesgo más y seguramente producto de un Complejo de Edipo mal resuelto.


Lilienfeld, S., Ritschel, L., Lynn, S., Cautin, R., & Latzman, R. (2014). Why Ineffective Psychotherapies Appear to Work: A Taxonomy of Causes of Spurious Therapeutic Effectiveness Perspectives on Psychological Science, 9 (4), 355-387 DOI: 10.1177/1745691614535216

5 comentarios en «En casa de psicólogo, cuchillo de palo»

  • La publicación de la cual deriva este muy buen artículo que escribe Elio vale la pena leerlo, no sólo para los psicólogos, sino para todo aquel que se interese por el pesamiento crítico y que nos refresque acerca de las falacias y los continuos sesgos en que seguralmente incurrimos cotidianamente, cuestión de ser menos categóricos, más modestos, y buscar cuáles son la pruebas más válidas para nuestras afirmaciones.
    El método cientifico, con sus diseños experimentales y las distintas herramientos de que dispone, resulta ser lo mejor que tenemos para controlar nuestras subjetividades y construir un conocimiento más «intersubjetivo» fujndado en la evidencia cinetífica de cada momento historico. Aunque no se logre por completo, por eso es un sistema abierto, falible y perfectible, hasta ahora parece ser el mejor «cable a tierra» que tenemos. Si alguien sugiere otro mejor, que «chifle» y lo discutimos.

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  • Estimado, no hay forma de comprar un número de lotería sin elegirlo, a no ser cerrando los ojos y manoteando al azar, así que ¿cuál es el problema de elegir el número de suerte de la abuela, que si llegara a salir le daría un alegrón a la vieja? Ya que cualquier número puede salir, da lo mismo que lo elija como que no, y no necesariamente alguien que lo elije piensa que tiene más probabilidad de ganar, sino quizá simplemente tenga el deseo de que si gana, sea con ese determinado número, lo cual obviamente ni aumenta ni disminuye su probabilidad.

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    • Sí. Estoy seguro que cualquiera puede pensar en alguna racionalización de por qué siente la preferencia por elegir un número u otro. El mecanismo subyacente, sin embargo, no deja de ser el mismo 😉

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      • A lo que voy es a la frase «sino que incluso en un grupo repleto de escépticos, más de la la mitad prefirieron eso a dejarlo al azar.», que sugiere una conducta «equivocada» en un «escéptico». Creo que tener el tabú de elegir el número es tan «irracional» como elegirlo,y nada indica que los elegidores estén pensando que al hacelo aumentan su probabilidad de ganar. En acciones humanas es complejo definir la racionalidad de una elección.

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  • ¿No es un pleonasmo la frase «el más chanta de los lacanianos»?

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